En Japón la literatura ilustrada en formato de historieta es un asunto serio y respetado. A diferencia de lo que suele suceder en occidente, los cómics no están dirigidos principalmente a hombres jóvenes, ni hay una prioridad absoluta a las tramas de acción o superhéroes; por el contrario, el manga –la historieta japonesa– puede tratar cualquier tipo de temas y dirigirse a cualquier audiencia, desde las infancias que se inician en la lectura hasta los adultos que buscan contenidos sexuales explícitos.
Uno de los géneros de manga que es muy popular en el país asiático y ha recibido una cálida recepción por parte de los lectores latinoamericanos es el terror. Como muchos sabemos, por la popularidad que ganaron los filmes de “sustos” japoneses a inicios de este milenio, el terror japonés con frecuencia integra imágenes de violencia visceral, con partes del cuerpo desprendidas y caras descompuestas por maldiciones que remiten a la podredumbre, la perversidad y al sufrimiento eterno.
Sería fascinante rastrear el proceso de conformación de estas constantes en la representación del horror japonés –afectado incluso por los ataques con armamento nuclear de 1945–, pero es un tema en extremo amplio que requiere un estudio histórico, social y artístico intenso. Por ahora, tengamos en cuenta que el terror japonés tiende a ser muy gráfico, sangriento y a hacer close ups a rostros atormentados. Estas propensiones las encontramos en la obra del reconocido mangaka Junji Ito, autor contemporáneo cuya fama repuntó en occidente con el reciente lanzamiento de la adaptación de algunos de sus trabajos a la animación por parte de Netflix, en la serie Junji Ito Maniac: Relatos japoneses de lo macabro.
Junji Ito nació en una pequeña ciudad del centro de Japón en 1963. De niño se volvió un consumidor voraz del manga, especialmente del trabajo de Kazuo Umezu, respetadísimo artista del horror, considerado uno de los padres de este en el formato ilustrado. De hecho, el mismo Ito lo homenajea muy a su manera en la historia corta El maestro Umezu y yo; ahí se representa a sí mismo como un completo otaku (palabra que en Japón se utiliza para referirse a una persona obsesiva sobre algún tema), el cual desde muy joven conoce el manga de terror por medio de sus hermanas mayores y se enamora de ese arte.
En el breve relato describe el difícil acceso a mangas y series de televisión de su autor favorito por vivir en una población pequeña, cómo fue descubriendo más títulos del género y el sobrecogimiento que sintió cuando le propusieron adaptar al manga la primera película dirigida por su ídolo.
La carrera de Ito comenzó a finales de los años 80, cuando dibujaba y escribía historias por mero pasatiempo. En 1987 ganó el Premio Kazuo Umezu con el primer relato corto de su icónica serie Tomie, que fue publicado en la revista Gekkan Halloween; el propio Umezu era uno de los jueces del concurso. Respecto a Tomie, cabe destacar que es unos de los trabajos emblemáticos de Ito, compuesto en forma de antología por diversas vivencias de la hermosa joven Tomie Kawakam, una perversa entidad que manipula a las personas a su alrededor para conseguir sus objetivos egoístas. Es básicamente un ser inmortal que puede replicarse y regenerarse, además de crear copias suyas rejuvenecidas usando a niñas como recipientes.
Gracias al éxito de Tomie (publicada de 1987 al 2000), Ito decide dedicarse de lleno al manga y se convertiría en el autor estrella de la revista Gekkan Halloween.
En 1988 escribiría otra de sus obras más importantes: Uzumaki. Este trabajo en tres tomos se enfoca en un pequeño pueblo japonés con una peculiar maldición que involucra muchas espirales y muerte. Ito explicó que el terror que causa Uzumaki está asentado en la corrupción de símbolos que suelen identificarse con lo benévolo en su cultura, además de la indefensión de los protagonistas.
Gyo de 2002 presenta una historia de hordas de peces con patas mecánicas invadiendo Japón; estos seres híbridos son consecuencia de experimentaciones realizadas por el Ejército Imperial durante la Segunda Guerra Mundial. En este trabajo en dos partes se observa el frecuente escenario apocalíptico que Ito construye dentro de sus cuentos, sobre todo los cortos, los cuales forman parte importante de las entregas del mangaka.
Entre las retorcidas primicias que se encuentran en sus trabajos breves hay cabezas flotantes con los rostros de sus víctimas, hoyos en una montaña con la silueta exacta de las personas que morirán dentro de ellos, niños convertidos en el helado que se comen, un pueblo cubierto por las lápidas de quienes ahí fallecen, organizados suicidios colectivos y la irrupción de doppelgängers, entre muchas otras siniestras e imaginativas situaciones.
Actualmente Junji Ito sigue elaborando historias desconcertantes y poderosas que revuelven miedos profundos en los lectores; las adaptaciones de su obra a la animación y live action son vastas, y el impulso que la serie de Netflix conlleva podría traer consigo más versiones. Quiero subrayar que Ito es influenciado por maestros de la narrativa como Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft y Ranpo Edogawa, de este último incluso ha adaptado historias a manga; asimismo, es admirador de Guillermo del Toro y de la estética de H.R. Giger y Salvador Dalí.
Al revisar la obra de Ito se aprecia la calidad y cuidado en su dibujo. Refinado e incluso obsesivo, tiende a no tomar atajos al momento de detallar trazos, hallando la estética en las imágenes más repulsivas y escabrosas. Sin embargo, por mi formación en ciencias sociales, lo que me ha parecido fascinante de este autor son sus características narrativas: las tramas suelen iniciar en contextos cotidianos, casi costumbristas, que en pocas viñetas son transformados en escalofriantes pesadillas de las que rara vez sus personajes tienen escapatoria. Se introduce una fuerza inentendible, pero amenazante o de plano letal, que conduce a las desafortunadas víctimas a la locura, la deformidad, la muerte o el suplicio continuo.
En las historias de Ito, los protagonistas no son necesariamente culpados por su desdicha. Son como insectos envueltos en un torbellino que no comprenden y sobre el cual no tienen control. La inevitabilidad de las tragedias que viven es uno de los aspectos más terroríficos de los relatos, pues confrontan al lector con la fragilidad de la vida, y a la vez se suma la gráfica ominosa, inquietante, de cuerpos quebrantados y violados por fuerzas inasibles.
Perturba lo exitoso que es para recordar el miedo a la posibilidad de que nuestros cuerpos sean transgredidos sin consentimiento ni oportunidad de impedirlo. Es un terror básico, instintivo, que negamos cotidianamente a través del discurso de control por medio de la técnica y la tecnología, en las que hemos depositado una confianza religiosa como garantes de la salvación frente al dolor, la enfermedad, la decrepitud y la muerte. Pero el actual maestro del horror japonés viene a decirnos que nuestros dioses posmodernos no son todopoderosos; fallan, e incluso ocasionan las más terribles catástrofes (las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, el desastre nuclear de Fukushima, la hambruna y carestías mundiales).
En sus personajes lineales y sin profundidad, Ito forja avatares para que los espectadores nos metamos en su piel hacia a un viaje horripilante por fantásticos escenarios que lucen imposibles, pero que a su vez conducen a una visión muy real: conocemos muy poco de lo que hay en el universo, y aquello que ignoramos podría en un instante dañarnos, devorarnos o despedazarnos.
*Nota final: Junji Ito también escribe relatos de humor torcido. Lo aclaro para que los lectores que busquen sus trabajos no piensen que les tomé el pelo si se topan con alguno de sus cuentos cómicos.
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