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Relaciones diplomáticas entre bloques soviético y capitalista en la Guerra Fría: armas, cooperación y desarrollo tecnológico – Frida Farah Tagle

La Guerra Fría es un periodo de la historia universal que hemos estudiado múltiples veces a lo largo de la vida académica. En algunas ocasiones nombrada como Paz Armada, y con muy diversas perspectivas, resulta en un periodo histórico bastante complicado y abstracto, en el sentido de que las relaciones de hostilidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética en el momento representaban un factor determinante para el desarrollo tecnológico y armamentístico, e incluso el conflicto repercutió en la cooperación de México con el Consejo de Ayuda Mutua Económica. Dicha situación me parece que ejemplifica bastante bien cómo las relaciones entre los Estados ajenos a EE. UU. y la URSS estaban condicionadas, de una u otra manera, por estos países hegemónicos.

Resulta curioso que existiera una Paz Armada entre dos países que en realidad no eran enemigos, especialmente porque ambos pelearon en el mismo bando durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, un conflicto ideológico puede provocar que una pequeña división se vuelva enorme, y al final ni la Unión Soviética ni Estados Unidos estaban dispuestos a ceder; ambas partes creían firmemente en su propuesta, tenían un objetivo bastante concreto y eso los terminó superando.

La política exterior implementada por ambos países fue bastante hábil y sin duda estratégica a su manera, pero aun así uno de los puntos que jugaron en contra de alguna victoria fueron los líderes y jefes de Estado que hubo, pues cambiaron tanto las personalidades al mando como las directrices que tenían, impidiendo que se le diera un seguimiento adecuado a cada una de las leyes y programas estratégicos implementados para detener la influencia estadounidense y soviética respectivamente. Un ejemplo de esto lo tenemos al comparar el gobierno de John F. Kennedy (1961-1963) y Lyndon B. Johnson (1963-1969); el primero, si bien concentró sus esfuerzos en contener el expansionismo comunista, rescató una política exterior bastante cooperativa y abierta, esto con la Alianza por el Progreso. Mientras que Johnson se caracterizó por promover una política exterior más severa y agresiva en contra del comunismo y respaldada por la Teoría del dominó; del mismo modo, durante su mandato, Estados Unidos jugó un papel primordial en la Guerra de Vietnam.

Sobre el desarrollo armamentístico, puedo rescatar muchas cosas valiosas, sobre todo porque nos podemos encontrar con un debate abstracto sobre qué tan “bien” o qué tan “mal” está utilizar un arma nuclear como una herramienta diplomática, pero ciertamente creo que en las relaciones internacionales no hay nada que sea totalmente blanco o negro, realista o liberal, incluso constructivista; particularmente, la bomba atómica era eso, ni extremadamente buena, ni mala.

Podríamos detenernos a pensar en qué tan lento hubiera sido el desarrollo tecnológico si las grandes potencias no hubieran estado tan desesperadas en innovar en mejores armas. Quizás esa lentitud era el paso natural de la tecnología, quizás no hubiera sido tan rápido, pero por las ventajas que este desarrollo industrial y tecnológico nos brindó, ¿valen la pena los riesgos a nivel internacional? Esta es una pregunta que me hago constantemente cuando reconstruyo mis ideas sobre la seguridad y las armas, y si bien no es ideal que existan en múltiples partes del mundo suficientes armas como para borrar a la humanidad entera, el desarrollo de estas ha influido en otras herramientas que velan por ampliar la expectativa de vida y el desarrollo social, tales como herramientas de aprendizaje, globalización, comunicaciones y salud. Aun así, es inevitable reconocer que las armas nucleares son un mecanismo de persuasión bastante eficiente.

Con respecto al caso de México y el Consejo de Ayuda Mutua Económica (Came), la situación fue bastante complicada, pues aunque el ejercicio de cooperación que hizo México le permitió expandir sus relaciones diplomáticas, políticas y económicas con el resto del mundo, así como demostrar que su independencia era real, del mismo modo el consejo le permitió acceso a apoyo tecnológico, económico y científico. Sin embargo, su vecino más cercano, Estados Unidos, identificó en esta alianza una amenaza, pues representaba un acercamiento bastante peligroso a las fuerzas comunistas dentro de nuestro territorio nacional. Es interesante imaginar el miedo que pudo haber sentido Washington ante la posibilidad de que México cayera en manos socialistas.

Evidentemente, sabemos que eso no sucedió, pero debemos reconocer el riesgo que México asumió al establecer la alianza con los soviéticos. Aun así, desafortunadamente, el apoyo recibido no se compara al que recibieron otros países por parte del Came, por lo tanto, no fue suficiente para asentar una alianza sólida. Creo que una de las razones por las que esto ocurrió es la disparidad de opiniones por parte de los gobernantes mexicanos con respecto a qué tan conveniente era la alianza. Me parece que una pregunta clave es: ¿los soviéticos creían realmente en el potencial de nuestro país para convertirse en otro satélite socialista, o al menos en un fuerte aliado?, si la respuesta es no, podríamos deducir que esa es la razón por la que no hubo una gran inversión dentro de México.

Finalmente, aunque en ocasiones los estudiantes podríamos sentirnos agotados de estudiar una y otra vez la Guerra Fría, resulta agradable cuando puedes encontrar un tema distinto o novedoso, más allá de qué era lo que llevaba a los Estados Unidos y a la URSS a estar en conflicto, como son los diferentes dilemas o debates en cuestión de seguridad y cooperación que podemos encontrar.

FRIDA FARAH TAGLE ES ESTUDIANTE DE LA LICENCIATURA EN RELACIONES INTERNACIONALES DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE QUERÉTARO (UAQ)

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Last modified: 31 marzo, 2023
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