Autoría de 2:27 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Caminando en la cuerda floja en medio del brioso Río Ayerim – Víctor Roura

Caminaba el contador de historias bajo la lluvia, según dijo, cuando una mujer, con premura, se acercó a él para protegerlo de la tormenta con su paraguas.

      —Pero, desconfiado como soy, no acepté la caridad. Me hice a un lado para proseguir, sin proferir una palabra, solo mi camino.

      —¡Pero, insensato, por lo menos unas sílabas de agradecimiento! —le espetó, exaltado, un parroquiano que oía al contador, quien no contestó, pero recordó una historia que le había sucedido dos años atrás:

      —Venía con una mujer en el carro cuando a ella le dieron unas ganas incontrolables de ir al baño —relató el contador—. Yo frené, en medio de la carretera; ella bajó y corrió detrás de unos arbustos. Al retornar no había ni una huella de nadie. Ni el polvo. Yo me había largado a otra parte.

      —¡Eso es inconfesable y lo cuenta como si se tratara de un juego de niños! —gritó alguien, que escuchaba también el relato.

      El contador de la historia bebió su vodka, sin alterarse. Narró otra peripecia. Que estaba en un balcón haciendo el amor con una actriz de películas olvidadas.

      —Después del untuoso placer decidí arrojarme del cuarto piso en donde los dos convivíamos en aquel azaroso hotel. Y ella, aterrada, enamorada, desquiciada, al punto del enloquecimiento, me siguió en mi último destino. Yo sobreviví.

      —¡Pero eso es una canallada sin nombre! —escupió otro parroquiano, y como no aguantara tales insolencias lo retó a un duelo místico, que fue aceptado por el contador de historias, cabizbajo y contrito. Ambos salieron de la cantina para injuriarse acaloradamente con frases de poetas diversos, pero al undécimo verso el retador no recordaba ninguna línea de Fray Luis de León, ni de San Juan de la Cruz, ni de Santa Teresa de Ávila, ni del profeta visigodo Perk-Udi, ni de Tagore; vamos, ni de Amado Nervo, con lo que bajó los brazos, rendido, agotado, vencido, todavía exacerbado por la ardiente lírica recitada, y volvieron al bar para escuchar una historia más del contador:

      —Estaba caminando en la cuerda floja en medio del brioso Río Ayerim cuando una mujer, desnuda, me distrajo en las orillas de las turbulentas aguas, y caí a las corrientes alternas del breve cauce acuoso, perdiéndome en los maridajes profundos del más allá. Entonces morí —dijo el contador.

      Y brindaron por ese deceso imprevisto, indefinido, irremediable.

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Last modified: 22 abril, 2024
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