Autoría de 3:41 pm #Destacada, Los Especiales de La Lupa • 2 Comments

A 80 años de la liberación de Sachsenhausen: ¡nunca más el fascismo!

CRÓNICA Y FOTOS: JOSÉ ANTONIO GURREA C./LALUPA.MX

“Si Dios existe tendrá que rogar mi perdón”

Inscripción hecha por un prisionero en un muro del campo de concentración de Auschwitz

Ingresar al antiguo campo de concentración de Sachsenhausen (hoy, Museo y Memorial de Sachsenhausen) conmueve, agobia, impacta. En cuanto visualizamos este lugar —situado a sólo 30 kilómetros al norte de Berlín— sentimos una opresión en el pecho, un gran peso. Es como si cargáramos el dolor ahí acumulado en nuestras espaldas, en nuestros hombros. Las atrocidades cometidas en este sitio, con total impunidad, por casi una década, fueron numerosas. Entre 1936 y 1945 más de 200 mil personas fueron recluidas aquí. El número de cuántos seres humanos murieron no se conoce con precisión. Lo que sí se tiene documentado es que cuando los soviéticos llegaron al campo en abril de 1945 —hace exactamente 80 años— sólo 3 mil personas se encontraban vivas, aunque se hallaban muy enfermas y algunas moribundas.

Concebido originalmente como campo de trabajo forzado, no como campo de exterminio —como Auschwitz— en Sachsenhausen miles de judíos, masones, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, discapacitados… murieron a causa de enfermedades, hambre, frío, pero también debido a experimentos médicos, torturas, violaciones tumultuarias o la cámara de gas. Sin embargo también se utilizó para asesinar —en ejecuciones sumarias o individuales— a numerosos opositores políticos al nazismo, sobre todo comunistas, socialistas, gente de izquierda, a los que se agregaron, ya en plena conflagración bélica, un sinnúmero de prisioneros de guerra, mayoritariamente soviéticos.

Uno de los tres mil prisioneros liberados por los soviéticos. Imagen expuesta en el Museo y Memorial de Sachsenhausen

Al ser el segundo campo de concentración establecido en la Alemania nazi —el primero fue Dachau, cerca de Munich, en 1933— Heinrich Himmler, uno de los principales líderes nazis, concibió a Sachsenhausen como “modelo”. De esta manera, los posteriores campos fueron erigidos a su imagen y semejanza. No sólo eso: desde aquí se administraba el gigantesco aparato de campos con millones de prisioneros, centenares de filiales y decenas de miles de guardias.

Himmler, quien aparece junto a Hitler en esta imagen, era el segundo hombre más poderoso de la Alemania nazi

Nieva ligeramente y el ocaso se acerca cuando cruzamos la Torre “A” de Sachsenhausen, el portal de entrada al campo. El frío, la blancura del suelo, el sol que se va ocultando poco a poco incrementan la atmósfera de desolación del lugar. Cuando ingresamos, a la desazón y a la tristeza se suma la indignación. En la puerta se puede leer, como en todos los campos de concentración nazis, el cruel e irónico lema: “El trabajo te hace libre”, grabado con letras de hierro. Este edificio —dice Axel Plasa, nuestro Virgilio por estos infiernos terrenales— era muy importante, pues albergaba la comandancia, y desde ahí se podía controlar visualmente todo el campo.

La Torre “A”, el portal de entrada al campo

“El trabajo te hace libre”, el cruel lema nazi que se encontraba grabado con letras de hierro en las puertas de entrada de todos los campos de concentración.

La Appellplatz o patio de revista se encuentra delante de la Torre A. Ahí, los prisioneros eran contados antes de salir a las duras jornadas de trabajo forzado. Al terminar el extenuante día, pues el régimen era de esclavitud, volvían a ser contados antes de poder entrar a sus respectivos barracones. Permanecían largas horas en el exterior, sin importar las condiciones climatológicas. Algunos presos hacían armas, otros uniformes o ladrillos. Unos más fueron obligados a falsificar billetes estadounidenses y británicos, o a trabajar en las fábricas cercanas hasta 16 horas al día.

Vista parcial del patio de revista. Al fondo, los dos edificios de la enfermería donde se experimentaba con humanos.

Llevamos encima chamarra, guantes, gorro, dos capas de ropa térmica. Sin embargo, tenemos frío, y de nuestras bocas sale vapor cuando hablamos. Axel —historiador y periodista de padre alemán y madre mexicana— aprovecha para mencionar la dureza del trabajo y de los días invernales, dado que los reclusos no contaban con prendas adecuadas —vestían solamente sus trajes rayados y sus zuecos de madera—, por lo que muchos morían de frío. Pero también comenta la brutalidad de los castigos. Observamos, entonces, los tres palos de madera incrustados en el suelo verticalmente con un clavo en la parte superior, y que se usaban para torturar a los prisioneros. En esos clavos se colocaba una cadena, se ataban las manos del detenido a la espalda y se le colgaba de la cadena durante horas hasta que los brazos se desencajaban.

Dibujo del pintor y artista gráfico checo Vladimir Matejka que muestra como se torturaba a los prisioneros en los palos que se encontraban en el patio

Otra muestra de crueldad extrema eran los experimentos “médicos”. Éstos se realizaban en la enfermería sobre dos camillas de cerámica que hoy permanecen en excelentes condiciones de conservación. Esas prácticas macabras incluían infectar a los presos con virus como tifus y tuberculosis, extracciones de órganos y “muertes asistidas”. También era común el estudio de los efectos del gas mostaza, así como colocar paja podrida en los interiores de brazos y piernas de las víctimas para generar gangrena, esperando encontrar remedios para contrarrestar este mal, tan común en la guerra.

Las dos camillas de cerámica donde se practicaban experimentos con humanos.

Además de la horca —y más tarde la cámara de gases— unos de los métodos más usuales de asesinato en Sachsenhausen era el fusilamiento. Así murieron, por poner un ejemplo, más de 10 mil presos de guerra soviéticos, sólo en 1941. Para llevar a cabo estas ejecuciones sistemáticas, los nazis construyeron bajo el nivel del suelo una fosa especialmente diseñada para eliminar de esta forma a seres humanos. Una alta barda de madera hacia las veces de paredón.

Para llevar a cabo sus fusilamientos, los nazis construyeron una fosa bajo el nivel del suelo.

La fosa de fusilamiento se encontraba en la estación “Z”, el nombre que cínicamente eligieron las Schutzstaffel —una organización paramilitar mejor conocida como las SS—para denominar el sector de exterminio de este campo. La razón era la siguiente: los prisioneros entraban al campo por la Torre “A”, entonces debían de salir por la estación “Z”, que en este caso no sólo significaba el final del abecedario, sino también el término de la vida.

Una alta barda de madera hacia las veces de paredón.

Descendemos al foso con mucho cuidado, pues el piso se encuentra resbaladizo por la nieve, Ya abajo, damos la espalda a la pared que se usaba como paredón. Nos imaginamos, en ese instante, lo que habrán sentido esos seres humanos al encontrarse de frente al pelotón, y saber que unos segundos más tarde vendrían los fogonazos y, luego, la oscuridad total, las sombras perpetuas. Sentimos escalofríos.

Nos imaginamos, en ese instante, lo que habrán sentido esos seres humanos al encontrarse de frente al pelotón

Cerca de donde se hallaba la horca, el gobierno de la RDA construyó en 1961 un monumento en memoria de las víctimas. En la base del obelisco hay una estatua que representa a un soldado soviético liberando a dos prisioneros.

En la estación “Z” también se encontraba la cámara de gas, donde podían entrar hasta 400 personas. La cámara fue destruida por los soviéticos poco después de liberar el campo, y en ese sitio se construyó un memorial en honor a todos los que murieron en Sachsenhausen, nos dice Axel. En ese lugar —donde se realizan las ceremonias en recuerdo de las víctimas— se halla una conmovedora escultura donde hay tres hombres: uno de ellos está muerto, y los otros dos lo levantan mientras lo tratan de tapar con una manta. Es costumbre de los visitantes dejar a sus pies veladoras y flores.

A un lado de este memorial se pueden contemplar las ruinas de lo que fueron los cuatro hornos crematorios, también semidestruidos por el régimen soviético. En los primeros años los cuerpos de las víctimas eran trasladados a Berlín para ser incinerados, pero debido al alto número de asesinatos se decidió que Sachsenhausen contara con los suyos.

Las miles de personas recluidas en Sachsenhausen se encontraban hacinadas en 65 barracones. Hoy, sólo dos están reconstruidos con gran parte de material original y pisar sus tablas es una experiencia desgarradora, pero necesaria para conocer las condiciones atroces en que vivían los presos de un campo nazi de concentración.

De los dos barracones que se hallan hoy en pie, ingresamos al marcado con el número 38. Al cruzar la puerta, nos encontramos casi de inmediato con los baños: 10 espacios de lavado y dos fuentes de agua. Día tras día hasta 400 personas se apiñaban en un sitio originalmente diseñado para sólo 75. Cada mañana esas cuatro centenas de seres humanos sólo tenían 30 minutos para despertarse, lavarse, vestirse y pasar lista. En consecuencia, todos se amontonaban de pie junto a las dos fuentes de donde brotaba agua fría. Los baños no sólo eran lugar de hacinamiento, sino también de terror. Era frecuente que los guardias de las SS ahogaran a prisioneros en la palangana para lavar los pies.

Pasos más adelante nos topamos con los excusados y los urinarios, un área donde no existía la más mínima intimidad. De entrada a los reclusos sólo se les permitía ir al baño en las mañanas y en las tardes-noches, luego del pase de lista. Los 400 habitantes de una barraca se hacinaban en esta minúscula zona. Con frecuencia, los reclusos viejos, enfermos, débiles o que caían al suelo en la avalancha que se armaba a la hora de ir al baño eran pisoteados por otros y permanecían en el suelo cubiertos con los excrementos que desbordaban los ocho retretes. A veces eran sólo minutos, en ocasiones horas enteras. En cualquier momento y lugar, las SS realizaban actos de tormento. Por ejemplo, los reclusos que no podían trabajar tenían que permanecer de pie sin mover un músculo todo el día en este espacio sin ventilación. Tratamos de ser empáticos e imaginar el horror vivido aquí durante nueve largos años. Nos quedamos sin palabras ante escenarios tan aterradores.

Pero el hacinamiento no era exclusivo de los baños o de los excusados. En las recámaras sucedía lo mismo. Los habitantes del campo de concentración se acostaban en literas. Se trataba de camas de tres pisos, pequeñas, duras, sofocantes. Hasta nueve personas “dormían” en una sola litera. Sí: tres personas eran obligadas a tumbarse en cada cama de tamaño individual, por llamar de alguna manera a esas toscas tablas de madera. El objetivo era claro: para abatir completamente la entereza de los prisioneros era necesario someterlos al suplicio las 24 horas del día.

¿Escapar del campo de concentración? Ni intentarlo. Antes de alcanzar los muros dobles de Sachsenhausen había alambre de púas electrificado. Detrás, un campo minado, más alambre y una cerca también con alto voltaje. Imposible cruzarlo. Varios lo intentaron. Todos murieron al tratar de alcanzar la libertad. Atravesamos el largo patio y nos detenemos a observar los alambrados electrificados que cercan los muros dobles. Pocos metros más adelante un aviso clavado en el suelo, ya muy despintado, anuncia que ahí se encuentra la llamada “Zona Neutral”. También advierte que quien se acerque a esa área será fusilado o se le disparará a matar.

Cartel anunciando la llamada “Zona Neutral”

En contraste, los comandantes de las SS y otros jerarcas nazis tenían a su disposición un casino cruzando el muro lateral del campo, y a menos de tres metros del muro frontal —como lo muestra la película Zona de interés (Jonathan Glazer, 2023), en el caso de Auschwitz— existían cómodas viviendas donde estos torturadores, luego de cumplir su cuota de asesinatos diarios, hacían su vida cotidiana en compañía de sus familias “modelo”.

¿Por qué tanta maldad? En La mecánica del exterminio, Xavier Irujo (Memoria Crítica, 2025), el autor, cita a Gustave Gilbert, el psicólogo de los acusados en los Juicios de Núremberg, quien dice que “la falta de empatía es la única característica que conecta a todos los acusados, una incapacidad genuina para sentir a sus semejantes. El mal, creo, es la ausencia de empatía”, concluye Gilbert.

“Wandlitz no es un paraíso judío”. Cartel antisemita en un cruce de Wandlitz, suburbio berlinés, en el verano de 1935. Imagen expuesta en el Museo y Memorial de Sachsenhausen

Al respecto, Irujo complementa esta idea: “La insensibilidad, definida como la incapacidad de entender y compartir los sentimientos de los demás, es uno de los combustibles más significativos de la crueldad y un camino prominente hacia la violencia entre los seres humanos (…) La deshumanización de las víctimas que comparten una identidad colectiva ha sido un factor recurrente en muchos casos históricos y contemporáneos de violencia llana, simplifica e incluso abastece la capacidad humana de ejecutar atrocidades a gran escala (…) La educación nazi lo hizo muy bien. Es un patrón que desgraciadamente se repite, es muy fácil y rápido generar un odio al otro muy generalizado; hay ahí una lección, y una advertencia”. Hasta aquí la cita.

“El judaísmo es una organización criminal” Propaganda nazi expuesta en el Museo y Memorial de Sachsenhausen, donde tendenciosamente aparece la Estrella de David, el símbolo más importante para los judíos, junto con la hoz y el martillo comunista.

Ya es de noche cuando decidimos salir de Sachsenhausen. La visibilidad ya no es buena. Pero, además, el frío ha arreciado, y se escucha el silbido de un viento cada vez más fuerte. La sensación térmica es menor a 0 grados centígrados. Regresa, pero esta vez más fuerte, esa opresión sobre el pecho, ese peso sobre espalda y hombros. Volteamos a los alrededores y no hay nadie, ni vigilantes ni visitantes. Estamos completamente solos en este sitio donde el infierno se desató hace 89 años y donde, hace exactamente 80 años, la maldad humana cambió de residencia, de latitud. Se mudó a Corea, a Vietnam, a Ruanda, a Afganistán, a Bosnia, a Ucrania, a Gaza… ¡”Vámonos!”, dice Axel Plasa, sorprendido de que hace más de hora y media terminó la visita oficial al campo y nadie ha venido a decirnos que debemos salir. Es como si todos se hubieran esfumado.

“Y una cosa más: la Europa del futuro no podrá existir sino conmemora a todos aquellos, independientemente de su nacionalidad, que fueron asesinados aquí con total desprecio y odio, que fueron torturados hasta la muerte, que murieron de hambre, gaseados, incinerados o colgados”: Andrzej Szczypiorkski, prisionero del campo de concentración de Sachsenhausen

AQUÍ PUEDES LEER OTRAS CRÓNICAS DE VIAJE DE LALUPA.MX:

(Visited 462 times, 10 visits today)
Last modified: 15 abril, 2025
Cerrar