HISTORIA Y FOTOS: BRAULIO CABRERA/LALUPA.MX
Imagínalo, si es que puedes, tu escuela y la casa de tus vecinos convertida en escombros y ladrillos, tener el corazón lleno de dolor. No dormir durante semanas porque al escribirle a tu familia y a tus amigos no recibes respuesta, porque no hay antenas, o luz, o alguien del otro lado del chat.
“No sé cómo le ha hecho la gente para vivir allá, pero lo han conseguido y merecen todo el respeto. Algunos tienen niños, van de compras, y en eso caen bombas. Es una locura, pero así es la vida allá, cruel. Mi familia y mis amigos están bien, pero me cuentan que todos los días escuchan misiles”
Olena Levchenko, de 36 años, llegó a México cuando tenía 24, mucho antes de la guerra, pero ya sabiendo que la situación en su país empeoraría. Se enamoró de la historia, de las ruinas arqueológicas, de las personas y, eventualmente, de los dulces de tamarindo y los chilaquiles.
“Vine a México como turista, porque había leído mucho sobre este país y me encantaba. Quería conocer el mundo, especialmente un país con mucha historia, por eso elegí México…”
“Estuve turisteando durante 7 meses, hasta que decidí quedarme definitivamente. No fue nada sencillo, porque el idioma, el clima y la cultura eran muy diferentes a los de mi país: acá son mucho más conservadores y eso era muy nuevo, interesante, pero retador”, añade.
Olena es multifacética, primeramente tiene una maestría en filología —disciplina que estudia la evolución del lenguaje escrito— por lo que, antes de venir a México, se dedicaba a la traducción y a la enseñanza de idiomas.
“A los 21 años abrí una escuela de idiomas para extranjeros en Ucrania, dábamos clases de muchos idiomas ahí. Pero, unos años más tarde, decidí viajar y el resto es historia…Mi familia y amigos pensaron que estaba loca, me preguntaban si de verdad no iba a regresar y yo les decía: sí, ahorita, ahorita”, recuerda Olena mientras se parte de risa.
“Eso sí, a quien más trabajo le costó aceptar que no iba a regresar fue a mi abuela pero, con el tiempo, no le quedó más remedio que aceptarlo. Por suerte ha venido a visitarme, igual que mi familia y mis amigos”, agrega.
Para Levchenko, los extranjeros traen consigo un punto de vista diferente, mediante el que pueden aportar al lugar donde deciden hacer una vida. Transmitir y replicar sus ideas y tradiciones, para diversificar la cultura e, incluso, para ayudar al crecimiento económico, a generar empleos, y eso es justamente lo que intenta hacer.
“Creo que en México la moda y la cultura son muy conservadoras aún. Por eso volví a diseñar mi propia ropa cuando vine aquí, para vestirme como me gusta. También, para crear mis propias chamarras porque como puedes imaginar, la gente tampoco está muy acostumbrada a eso aquí”, comenta riendo.
“Actualmente estudio la carrera de moda y diseño, tengo mi marca de ropa “BOA”, apoyo en la organización de la comunidad ucraniana en Querétaro. Además, atiendo una pequeña fundación mediante la cual ayudamos por igual a mexicanos como ucranianos, dando clases de arte en casas hogar y comunidades marginadas, y reuniendo fondos para enviar ayuda humanitaria a Ucrania”
Su vida en la Ciudad de México ha quedado atrás, como ella explica, pues si bien la capital tiene una amplia oferta cultural y artística, que estimuló su creatividad e impulsó su carrera creativa en los primeros meses en México, al descubrir Querétaro, se reencontró otra clase de encanto:
“Sin duda los primeros meses en la Ciudad fueron retadores, pero en Querétaro fue más difícil porque el clima era muy seco y el ritmo de vida, muy lento. Pero la tranquilidad, la comodidad, el sonido de los pájaros son cosas que me gustaron desde que puse un pie aquí”
“Mientras crecía, la vida en Ucrania era segura, tranquila, sin problemas viajabas por todo el país. Me duele reconocer que ya no es así, ahora es muy diferente. Ni se diga de viajar a Ucrania desde el extranjero, no hay garantía de que regreses”, admite.
En la ciudad de Querétaro encontró la tranquilidad, la alegría y el apoyo para hacer una familia, amigos, comunidad e, incluso, seguir el sueño de la infancia de convertirse en diseñadora de modas.
“Empecé a trabajar a los 18 y me encanta, pero desde antes ya tenía un diploma en estilismo y moda, porque es mi pasión. Desde muy pequeña tuve el gusto por dibujar, especialmente ropa. En ese entonces era un pasatiempo, pero se ha convertido en algo a lo que le quiero dedicar mi vida, a la moda, el arte y la cultura”, confiesa Levchenko.
“Tener mi marca de ropa era mi sueño. Hoy, la enfoco en darle estilo, exclusividad, individualidad y calidad a la ropa femenina, siempre con un poco de la esencia ucraniana. Son colecciones pequeñas, sobre todo enfocadas en chamarras y glam casual, para el glamour de la noche y del día…”
Levchenko explica que “BOA” representa la elegancia, la realeza. Ella abraza la relación que hay entre las mujeres y las serpientes porque, dice, son parecidas: fuertes, hermosas, flexibles, elegantes y atractivas. Igualmente, asegura que en Ucrania las mujeres tienen un lugar muy importante en la sociedad, por lo que quería que la marca transmitiera eso.
La filosofía de la marca es hacer algo accesible, pero con calidad de diseñador, para competir con la moda rápida. La calidad de nuestras telas importadas, y el proceso creativo detrás de cada prenda es lo que les da la ventaja.
La historia de Olena con la moda y el diseño viene desde su infancia: Originaria de la ciudad de Nikolaev —hoy uno de los bastiones de la defensa ucraniana— Olena vivió muchos años en Odesa, donde diseñó su primera colección de moda, apenas con 14 años. Un poco después, la vio cobrar vida en una pasarela.
“Según yo, mi papá guarda esos dibujos, en su casa. La siguiente vez que vaya, cuando acabe la guerra, los voy a recuperar”
Hace un año, el papá de Olena visitó México y, además de estar igualmente fascinado con la historia y los paisajes, le sorprendió lo diferente que se vive en México, no sólo por el sabor de la comida, sino por su abundancia:
“Uno de sus primeros días en México me acompañó a una frutería y quedó maravillado con la variedad de frutas. En Ucrania, de por sí, no hay tanta fruta como aquí, y con la guerra mucho menos. Otra cosa que le sorprendió mucho, más allá del picante en la comida, fue que todo llevara limón. Decía que las cosas le sabían a limón, aunque no tuvieran”
“Recuerdo cuando llegué, lo que más trabajo me costó fue el picante, porque me gustaba pero me hacía sufrir. Ahora ya puedo comer cualquier cosa y sólo lo disfruto. Creo que mis platillos favoritos son el guacamole, el pozole, los chiles en nogada y los chilaquiles, que al principio no me gustaban nada, pero les agarré el gusto”, confiesa.
Además de ser filóloga, diseñadora y filántropa, Olena es madre y esposa. Su esposo es queretano y su hija, de 6 años, tiene lo mejor de ambos:
“Cuando nació mi hija, me preocupaba que estuviera tan lejos de mi país, que no tuviera oportunidad de conocerlo. Con el tiempo lo he llegado a entender, y ahora estoy muy feliz de que esté aquí, de que crezca tranquila, segura, de que hable el idioma de su papá y el mío. Además, fue gracias a ella que yo me motivé a terminar de aprender español”.
Si bien se encuentran lejos, actualmente la comunidad de ucranianos en Querétaro ronda el centenar de personas y suelen juntarse para convivir y celebrar. Incluso, de pronto aparecen más ucranianos de la nada, como cuenta Olena, de aquella vez que se sorprendió al descubrir que una vecina suya era ucraniana y no tenía idea.
“No importa que seamos pocos, porque los queretanos son personas muy agradables y amables. Están dispuestos a ayudar si ven que lo necesitas. Eso es algo que me gusta”
Esa es Olena Levchenko, una talentosa ucraniana y queretana, que se encuentra lejos y no tan lejos de casa.
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